martes, 4 de agosto de 2009

INFORME CONTRA NADIE


Esta carta, originalmente de carácter privado, fue publicada sin autorización por el periódico trotskista "Estrella Solitaria", en 1993. Dada la polémica que causó en su momento, el autor decidió incluirla en un libro de ensayos literarios que aún permanece inédito, omitiendo algunos párrafos de poca relevancia para personas ajenas a su círculo familiar.

Riga, 2 de diciembre, 1992.

Querido hijo,
Mientras espero el vuelo de Aeroflot que me llevará a Minsk, para luego tomar el tren hacia Brest-Litovsk, contemplo la primera gran nevada de este invierno y me pregunto por qué sigue sin funcionar la calefacción desde hace diez años, pese a que el mundo entero ya es otro. La última vez que estuve aquí, también por motivos laborales representando a una firma importadora de tractores soviéticos (ahora ex-soviéticos) gracias a mi buen dominio del ruso (ya te he contado muchas veces la historia de cómo un nica exiliado en Costa Rica aprendió a hablar ruso), vi a los soldados soportar afuera el frío polar sin moverse de sus puestos, con una tétrica mancha azul en la punta de la nariz, mientras adentro los funcionarios se calentaban (y me calentaban) con copas de una especie de coñac de Moldavia que ellos tenían en gran estima. Ahora la guardia se mantiene bien abrigada junto a una estufilla que afea el amplio salón principal del aeropuerto, sin que a nadie le importe mucho. Los funcionarios de entonces, ahora enganchados con el nuevo gobierno post-socialista, me enviaron el boleto y esperan mi arribo en Minsk. No hay quién me ofrezca un trago gratis y mis viáticos siguen siendo los de hace diez años.

Supongo que allá nada ha cambiado. La fábrica seguirá en las afueras de Brest, tras un hermoso bosque de árboles delgados y muy altos que se clavan en el cielo blanco, como retando al invierno. Les llaman berioshkas y conozco la traducción de su nombre al español, pero prefiero el nombre original porque me recuerda al de un grupo de danzas folclóricas rusas que vi en el Teatro Rubén Darío allá por el 73, con unos bailarines acrobáticos que bebían vodka en el escenario y giraban como perinolas sin caerse jamás. Después venían unas muchachas todas gemelas (o eso parecían), vestidas igual, con el mismo moño, la misma sonrisa pintada y los mismos cachetes rojos de matriuska flaca. Años después me iba a quedar petrificado en el Bolshoi, al darme cuenta de esa recurrente cualidad mimética de las bailarinas rusas, que traspasa los géneros coreográficos y le deja a uno la impresión de una bellísima pesadilla donde todas las bailarinas son duplicados, robots o muñecas animadas a distancia, sin alma propia.

...
Perdón, me distraje observando a una familia que pasó gritando a lo largo de la sala de abordaje. El hombre corría por delante, con unas zapatillas Lacoste nuevecitas y un sombrerito blanco de pensionado en la Riviera, que su solo la pericia de su mano mantuvo contiguo a su cabeza. Con la otra mano tiraba de una maleta rodante, que se elevaba del piso por momentos como si fuera a alzar vuelo. Tras él pujaba por alcanzarlo inútilmente una mujer joven, con un niño en brazos, sobre unos tacones de al menos dos pulgadas de alto. Elegante, pero con una sobriedad impuesta. No había nacido con esos tacones. El paso de la joven madre delataba un origen proletario, su “extracción de clase”, como decíamos antes. Su paso era de labradora, hija de labradores, de las que había asistido a la escuela con botas de campesina. Empacada ahora en un vestido gris oscuro de corte francés (quizás sí era un modelo Dior o algo así), montada en sus zanquitos Luis XV y, para colmo, estrenándose como portadora del bebé, la mujer tenía algo de Alicia recién aterrizada, persiguiendo a su liebre Lacoste sin saber por qué, en pleno invierno báltico.

Olvidé de qué te estaba hablando antes. Ah si: de que todo debe estar igual en Brest-Litovsk. No solo hablo de la fábrica. Te confieso que sobre todo pienso en las lápidas, Mijaíl. No sé si te lo había contado. Hace diez años me pregunto qué idea, qué tipo de delirio pudo llevar a los nazis, en 1942, a tapizar todas las calzadas de los parques y varias calles de la ciudad de Brest con las lápidas del cementerio judío. Me pregunto por qué no se contentaron con derruirlas, incendiarlas, machacarlas con todo y los huesos que guardaban. Habría sido suficiente escarnio, supongo. El delicado trabajo de desarraigar las lápidas y trasladarlas en calidad de adoquines, para rehacer con ellas las aceras, calles y pasos sobre la hierba alrededor de las plazas, me resulta un esfuerzo que supera en mucho la demolición de los templos aztecas durante la conquista de México. “Pisotearé tu nombre y tu memoria por los siglos de los siglos”, es el mensaje. Pero a la vez el acto de pisotear tiene la rara virtud de impedir el descanso, de mantener vigente el nombre, el signo, la lengua y el carácter del pueblo pisoteado. Al convertir la lápida en adoquín, el nazi, sin saberlo, celebra la inmortalidad del judío y lo instala para siempre en su paisaje. Para aquél que participó en el sacrilegio, el adoquín será una piedra en el zapato, testigo indeleble de la vileza de sus actos.

Están por toda la ciudad. A veces cuesta reconocerlas, pues el paso del tiempo y el tránsito de la gente les han borrado las inscripciones. Pero su forma permanece, cincuenta años después. Ignoro si ahora con la caída del socialismo y el retorno de tanto judío a las tierras de sus ancestros, alguien se dará a la tarea de recogerlas y, no sé, llevarlas a un museo, o comprar un terreno baldío y sembrarlas de nuevo, en homenaje a sus antiguos dueños. Tal vez piensen que es mejor dejarlas donde están, para que no se borre nunca el recuerdo del escarnio, y que las generaciones venideras sepan a qué conduce la fiebre del racismo. En mi humilde opinión, esta sería una actitud a la vez indecorosa y pueril, tan salvaje como la obra de ingeniería lapidaria de los nazis, y tendría el mismo efecto: el de mantener vivo el nombre, el signo, la lengua y el carácter del profanador.

La verdad, querido Mijaíl, es que no tenía necesidad de ir hasta Brest esta vez. Podía haberme evitado este gélido aeropuerto, entristecido por el lejano brillo de la estufa de los guardias, donde la poca gente que pasa luce ropas inauditas, que no le quedan para nada, que no van con el país ni con su historia, como personajes de otro cuento. Quería ver las berioshkas, lo confieso. El bosque entero con sus lanzas, como un ejército medieval que avanza sin moverse bajo la nevada, gritando nombres de Duques Lituanos. Quería caminar por el mismo sendero de hace diez años, y repetir el pensamiento de esa vez, repetir el recuerdo de las muñecas rusas, las duplicadas bailarinas de aquella velada del 73, en nuestro rojo Teatro de Managua, cuando todavía era propiedad de Somoza y uno tenía que ir de frac. Quería estar allí y mirar hacia arriba, ver cómo se clavaban en el cielo las copas de las berioshkas, mientras la ventisca decía sus vocales primitivas, dándome el grito de cien mil lanceros. Con los años uno a veces ya no quiere vivir, sino volver a vivir, recobrar los instantes que te han dejado una marca, un mojón, una lápida. Con los años uno a veces solo quiere recoger las cosas viejas, las que el tiempo pisoteó hasta el escarnio y repartió sin orden por ciudades, camas, oficinas, hospitales, salas de abordaje y calles a las que nunca pudo regresar.

La verdad es que estoy volviendo a Brest-Litovsk por las lápidas, por mi deuda con ellas. Porque al mirar esas lápidas judías, hace diez años, decidí que nunca iba a regresar a Nicaragua. Al verlas supe que no podía volver caminando sobre adoquines que me gritan, Mijaíl, sobre las lápidas de mis amigos, de mis hermanos y hermanas. No podía volver a una casa donde cada loza es la lápida de mi tata y mi mama. Allá decidí no ser ni un día más de los que se sientan a mirar la televisión mientras las almas insepultas de mil mártires todavía piden justicia.

Me encachimba, Mijaíl. Vos sabés. Pero me están llamando a abordar. Deseame suerte. Voy a echar esta carta en el correo en cuanto llegue a Minsk, que es una bella ciudad. Después te hablo de ella.

Y por favor olvidate de todo esto. No te dejés contaminar por toda esta rabia mal curada. Tenés veinte años, inventate una vida mejor que la mía.

Te quiere,
tu tata.

13 comentarios:

  1. Estas palabras ainda me suenan en la memoria. (Ainda, sí: ainda). Conozco unos cuentos y algunas tierras. Y un deambular. Mucha conmoción el reencuentro inesperado con JB.

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  2. Es asombrosa la pertinaz impertinencia de los textos de Blandón. Yo, que tuve la desgracia de conocerlo, me veo tentado a convertirme en un acérrimo crítico de su obsesión con el pasado.

    Por otra parte:¿qué somos sino nuestro pasado?
    Es ahí donde dudo. Donde siento deesvanecerse mi impulso inicial. Yo, que tuve la suerte de conocer a Justino cuando no se interponía el apellido, recuerdo la melancolía de su mirada después de siete u ocho cervezas y se que en el fondo era un hombre derrotado. Más que necrófilo, un necrófago.
    Si Justino no quiso aceptar la transitoriedad de su envoltorio carnal, allá él. Todos sus yerros provienen de ahí.

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  3. Estimado Sapiens:
    Le rogamos moderar sus comentarios y evitar en lo posible las alusiones a la vida personal de nuestro estimado fundador, Justino Blandón. No quisiéramos tener que restringir su acceso a este espacio de reflexión ni borrar sus comentarios en lo subsiguiente. Gracias.

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  6. Yo soy viejo y toda mi vida he sido un ratón de biblioteca aficionado a la historia y aunque mi nmejnoria es muy buena no me aparece ningún ensayista con el nombre del tal Blandón. Por otra parte, el estilo aceitoso de sus ensayos tampoco me resulta familiar. Por todo eso me parece que ese es el seudónimo de cualquier escritorzuelo que no quiere dar la cara por padece de inseguridad.

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  7. Estimado Francisco:
    No sabemos qué lo haya motivado a realizar su comentario, pero queremos decirle que precisamente debido al desconocimiento de la obra de Justino Blandón es que hemos decidido hacer este blog, para subsanar ese vacío en nuestras letras. Le rogamos, además, abstenerse de hacer alusiones peyorativas ad hominem en lo sucesivo, con el fin de mantener el debate dentro de un marco de respeto académico. Muchas gracias.

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  8. No sé quién está a cargo de la Fundación, pero estoy seguro que Justino se escandalizará cuando se entere de que en esta bitácora y en su nombre se practica una brutal censura. Es evidente que en los temas trascendentales Justino y yo hemos disfrutado de un paralelismo inversamente proporcional a nuestra divergencia, pero el maestro Blandón que yo conozco es capaz de jugársela por el derecho de sus rivales a la disensión.
    Y SEPA señor administrados que yo pienso usar todos mis recursos para mantener la lucidez divergente con las posiciones epistemológicas del Maestro Blandón, porque, de seguro el sabrá reconocer a quien esto suscribe.

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  9. Pero quien es este hincha p… . Yo laburé con Justino años atrás como colaborador en el prestigioso periódico que publicó originalmente la carta que encabeza y no puedo creer que este gili… sea amigo o siquiera conocido de él. El administrador debería bloquearlo por piedad…

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  10. Hace unos años tuve noticias de Blandón gracias a un amigo que me facilitó uno de sus ensayos. Grata sorpresa encontrarme más trabajos de él en este espacio. Queda claro que las páginas de la historia las escribe quien tiene el lápiz en la mano, así no es raro que Justino Blandón no se encuentre en la lista oficial de eruditos.A Blandón hay que leerlo y disfrutarlo, no solo porque trae a la memoria hechos que muchos desconocemos, si no porque los cuenta con la pluma ágil y apasionada de un poeta. Pasaré por acá frecuentemente. Saludos.

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  11. Bienvenidos Jesús y Pájaros y alas.
    La Fundación agradece profundamente sus constructivos comentarios. Pronto estaremos publicando nuevos ensayos y otros aportes que contínuamente nos han estado llegando desde que inauguramos esta iniciativa.
    ¡Gracias!

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  12. Estoy de acuerdo con Francisco y me encantan los comentarios de Sapiens... En cuanto a "volver a vivir"... vivir es un segundo y volver todo lo demás...

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  13. Hola Lady M,
    es un placer recibir sus opiniones, al igual que las de Sapiens y Francisco, pese a que aquellas a menudo carezcan de fundamento.
    Me impresionó favorablemente su comentario final. Es el tipo de aportes que apreciamos acá en la Fundación Blandón.

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